domingo, 6 de enero de 2013

El Cuento de Hadas

Desde pequeños nos enseñan un mundo maravilloso: nos llevan al circo, al zoo, a escuchar un concierto sinfónico infantil o a ver una película de Disney en la que la princesa siempre acaba salvada a lomos de un caballo blanco por su apuesto príncipe. Crean a nuestro alrededor un mundo de fantasía en el que proteger nuestra inocencia hasta que seamos lo suficientemente maduros para aceptar la realidad del mundo en el que vivimos. 

Un día creces a la fuerza y te sueltan para que te golpees fuerte al caer de la nube. Ese día descubres que todo es mentira, que Papá Noel, Los Reyes Magos o El Ratoncito Pérez no existen. Todo fue una trola conductista para que te portases "bien" (o como era esperado) a cambio de una buena recompensa, al más puro estilo de Pavlov. Y resulta que nada de lo aprendido te va a servir ahí fuera, no habrá plato de comida tras las campanillas y el babeo posterior. La cosa va a consistir, más bien, en tener que morder la mano a tu dueño para que reaccione él y sepa quién está al mando. Vas a tener que desconfiar de su buena voluntad y humanidad, pues no la tiene, la sociedad se la ha robado.

El letrero de novato no te lo quita nadie, sales al exterior con el disfraz de juegos y eres el blanco perfecto para aquellos que ya hace tiempo se lo quitaron. Disparan a matar, no sin antes acercarse a ti de la manera más sutil. Fingen ser hadas, fingen tener magia, cuando lo único que esconden es una preciosa daga que irá directa a tu corazón en el preciso instante en que lo deposites con entrega en sus manos. La culpa es tuya, debiste estar alerta y hacerle girar para ver su espalda o levantarle la máscara.

Y así es como podría resumir la vida de casi todo el mundo, ya que habrá quien dejara el traje de princesa rosa con purpurina o el caballito de cartón y asomara la cabeza por la ventana desde muy temprana edad o, incluso, a quien nunca le quiten el disfraz ni el decorado del precioso castillo y bosque frondoso. 

Dicen que lo que escuece, cura. Este día de Reyes va a curarme bastante porque ha dejado una herida que arde, aunque ya no tanto como la primera vez. 

Han terminado de rasgar mi vestido rosa, va siendo hora de morder y desconfiar de las campanillas. 

2 comentarios:

  1. Aunque ahora mismo las rasgaduras duelan, sea lo que sea lo que te las ha provocado, seguro que de esta sales más fuerte y más sabia. Lo importante es que nunca pierdas, aunque sea una pizca, de esa inocencia de cuento de hadas con la que venimos al nacer.

    Fuerza.

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    1. Creo que eso no se pierde cuando se tiene. Llevas razón, ahora el pecho se acoraza y crea barreras que cambian la ingenuidad que antes creías simple inocencia por una mezcla entre dulce y salado con un ligero toque picante que antes desconocías.

      Siempre se aprende de todo, al igual que todo se lleva dentro para siempre.

      :)

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