Foto gracias a Almudena Segado. |
El mundo se volvió a parar a su alrededor, se congeló todo
en un instante. Ese día no llovía, pero su cara estaba empapada por el llanto
que brotaba de sus ojos sin cesar. Apenas podía sostener el papel entre sus
dedos, el pulso le temblaba y las fuerzas le fallaban a causa de la gran
conmoción que se estaba forjando muy dentro de ella.
Londres había sido su refugio los últimos dos años, había
sido el sitio que la había protegido hasta ahora, pero, de pronto, comprendió
que es imposible huir del pasado, que las sombras de este habían logrado
encontrar el camino de vuelta y que siempre lo harían. En medio de la nada no
queda nada, pero en el centro de las emociones se te abre un mundo que jamás
olvidaste.
Allí, encima del puente de la Torre de Londres, se encontraba
rodeada de una gran multitud y, sin embargo, se sentía sola, vacía de la mayor
mentira que ella misma había creado. Esa no era su vida. El viento azotaba su
cuerpo como a un árbol solitario y el frío comenzaba a meterse entre cada
recodo de su piel. Todo sucedía demasiado lento entorno a los contundentes y
acelerados latidos que resonaban en su cabeza sin piedad. Era su conciencia, la
misma que le había hecho guardar aquella carta hace dos años y meterla en ese
abrigo del que ahora había sido rescatada.
Ella no
tenía la culpa y, en cambio, la culpabilidad tenía su nombre. Abandonó a la
persona que más amaba por la vaga ilusión de un mundo mejor, por el egoísmo
disfrazado de unos cuantos cheques firmados. De repente, volvió a tener aquella
sensación, esa tan distinta en la que tan siquiera encuentras palabras para
definir lo que ocurre dentro de ti; algo que se encuentra exactamente en algún
lugar dentro de tu caja torácica y que baja hasta el estómago para lograr una
explosión que se va difuminando y quiere salir por tu boca. El calor se
empezaba a apoderar de nuevo de su cuerpo. Le estaban ardiendo los labios por
volver a besarle. Dejó viajar su imaginación hacia lugares lejanos de otra
época pasada, lugares que se empezaban a hacer presentes en ese mismo instante.
Las caricias, los besos, el tacto de su piel, el aroma de su pelo… todo
envolvía el consciente estado de delirio que transcurría en un breve minuto, el
más agridulce desde que llegara al país que un día la protegió de esos mismos
recuerdos.
El sonido de
un claxon la sacó del trance y en seguida comprendió que aquello nunca más
volvería a pasar, que no volvería a sentirle, a tenerle, que las oportunidades
son únicas y que cada una tiene un coste. Ella ya había pagado por el suyo,
tenía todo aquello que había buscado.
Con las
piernas aún temblándole y la mirada perdida en las siluetas que veía gracias a
la translúcida luz que pasaba a través de sus lágrimas, se dirigió a la
barandilla del puente y, sin dudarlo, dejó caer el recuerdo de su mano casi
inerte. Lo vio posarse en el agua y cómo esta lo empapaba poco a poco hasta que
se lo llevó del todo a algún lugar en las profundidades de aquellas turbias aguas.